jueves, 11 de octubre de 2007

Carta de una Señorita en París (I).

Es domingo. Como es la costumbre me despierto tipo 10 de la mañana con un cielo idéntico en color al cielo de Bogota en sus días de invierno. Me levanto y corro la cortina. Pienso que tengo que prepararme y fortalecerme mentalmente para el invierno. Es 2 de septiembre y el verano pasó sin pena ni gloria. Ya hace frío y el sol se acuesta cada vez más temprano. Ya las hojas de los árboles nos anuncian que el frío continúa. La gente dice estar ya acostumbrada a las bajas temperaturas que vendrán en los próximos meses. Yo no creo. El clima afecta notablemente su estado de ánimo, lo peor, su actitud hacia la vida. Cuando corro la cortina pienso que no me puedo dejar afectar gravemente por la falta de luz, la falta de sol. La luz y el calor están dentro de cada uno.
Sin bañarme me pongo un pantalón negro Gef y la chaqueta Pronto peludita. Me lavo la cara y medio me maquillo, no vaya a ser que en el recorrido de 2 cuadras me cruce con otro príncipe azul. ¿La misión? Traer el desayuno. Es curioso como las costumbres de cada persona no cambian de continente a continente. En mi casa hacia exactamente lo mismo, no pensaba en el encuentro con un príncipe azul pero si en el posible encuentro con alguno de los hermanos León. Y nada mejor que un buen testimonio de belleza al natural.
Bajo los tres pisos y salgo a la calle. Veo inmediatamente el movimiento de la avenida (que de avenida tiene poco) Secrètan. Aunque aquí todo lo cierran los domingos, la calle sobre la cual vivo es comercial. Hay de todo; frente a mi edificio un supermercado, Monoprix, al lado boutiques y más boutiques, tiendas de relojes, de vinos, de quesos. Camino las dos cuadras para llegar al paraíso de la tentación: "la boulangerie", es decir "la panadería". Igual que en Bogotá queda en una esquina, pero la diferencia entre las dos es notable; aunque se vende lo mismo, es decir, pan, croissants, corazones, milhojas. La boulangerie lo recibe a uno con unos olores que evocan la existencia del paraíso, y que decir de las texturas. Es La Guernika pero en su máxima potencia. Los croissants se derriten en las manos y la mirada nunca está fija, porque siempre hay algo que llama fuertemente la atención.
Los franceses son muy "meticulosos" en la creación culinaria; así sea una boulangerie de barrio todo esta fríamente calculado, nada es por azar. Hay de todo, cositas pequeñas de colores, con fresas, frambuesas y cerezas encima. Con chocolate blanco o negro, crocante, cremoso y bastante dulce.
Bueno, hago la fila de 4 personas y pido un croissant y media "baguette", es decir, el típico pan francés, pago 1 euro con 45 centavos. Me devuelvo para mi casa, ya empieza a lloviznar. ¿Y El príncipe azul? … el próximo domingo será.
Azul de Methileno
París, 2007

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