miércoles, 17 de diciembre de 2008

De la serie "vidas imposibles" No1

Fue un matemático extravagante, como muchos, como todos; fue incomprendido, despreciado y vilipendiado por sus pares. La muerte lo condenó al olvido y a toda historia oficial.
Ya desde corta edad demostró su habilidad con la ciencia de Euclides resolviendo ecuaciones de primer grado con una incógnita, del tipo: ☺+__ = ☺☺. Su héroe de infancia fue Beremís Samir, el hombre que calculaba; por él se apasionó por el juego del ajedrez y la leyenda de Sessa, el inventor del juego.
En su adolescencia fue ganador indiscutible de las olimpiadas matemáticas departamentales. Como era de esperarse se graduó con honores a los 16 años.
Acudió a la universidad pública y destacó de tal forma que allí también obtuvo un grado con mención. Decidió hacer sus estudios de posgrado fuera del país, así que en el año de 1999 voló rumbo a los Estados Unidos de América; perfeccionó el inglés americano, y rápidamente se fue obsesionando por temas matemáticos insolubles, mientras la lógica lo ensimismaba cada vez más.
Master a los 22; Phd a los 25 como debe hacer quien se quiera destacar en el competido mundo de las ciencias. Trabajó como catedrático un par de años al término de los cuales se perdió de la esfera pública. Algunos sostienen que fue a vivir a los apacibles paisajes del centro de EEUU, otros aventuran que algún país europeo fue su destino final. Todos dan por descontado que volviera a su patria.
En 2.015 aparece el libro que fue la gloria y el fracaso. Tras nueve años de silencio, arremete con el Tratado de Lógica Migueliana, un mamotreto ininteligible de más de 900 páginas donde expone razonamientos descabellados y algunos risibles. Más de uno se tomó la molestia de mostrar lo deleznable que era aquella lógica, buscando hacerlo claudicar y rebajando su trabajo a una mera bagatela. No desanimó. Contra viento y marea defendió su obra carente de sentido y de seriedad (según la mayoría).
Diez años más sobrevivió a los ataques y las malquerencias de sus pares.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Ex-fumador (Parte I)



Larga ha sido la batalla contra el tabaquismo, y los resultados todavía no se ven. Los departamentos de salud pública indican que la tasa de fumadores es aún muy alta, y que los jóvenes siguen iniciándose cada vez más pronto. Todos sabemos de sobra los males que el tabaco conlleva: el cáncer en sus diferentes presentaciones: de pulmón –claro está –, de laringe o faringe –según gusto –, de labios, de lengua, etc. Por lo demás, las nuevas investigaciones han encontrado que sus miles de toxinas ayudan a desarrollar otros tipos de cáncer que nada tienen que ver con las vías respiratorias, por ejemplo, el cáncer de piel o el de próstata, o tumores en el cerebro. Todo parece una campaña de desprestigio donde los efectos negativos son exagerados, no digo que el tabaco no sea dañino para el organismo –las pruebas científicas lo demuestran –pero una cosa es que sea malo y otra es que sea perverso.

También se sabe que el consumidor empedernido de tabaco –bajo sus tres presentaciones características: de picadura, cigarrillo y puro –puede llegar a manifestar durante su corta vida –pues también ayuda a hacer más corta la estancia en este valle de lágrimas –enfisemas, asmas –si es que hay varias clases –, y en general problemas para respirar. Será desde el momento que enciende el primer cigarrillo con el que se decide a fumador insufrible

No creo que ahora mucha gente sepa que el tabaco es oriundo de las Américas. Fueron los indígenas quienes lo cultivaron y los primeros que lo fumaron. Tradición que pasó a los europeos, en especial ingleses, españoles y portugueses. No tardó mucho en saberse que el tabaco no sólo expedía un olor exquisito sino que expedía también grandes rublos, entonces, la comercialización no se hizo esperar, Portugal fue el primer país que traficó con la planta, pero pronto Inglaterra haría lo propio... pero esto a quién le importa, ahora no vale la pena reivindicar la tradición indígena y mostrar la decadencia en que la sumió la cultura occidental. No, no vale la pena cuando occidente sigue rebajando lo poco que queda de las culturas indígenas; cuando se venden collares y manillitas en centros comerciales como artículos estrafalarios de culturas exóticas que ya no existen como tal. El consumo de tabaco ya no es lo que era en tiempos indígenas ni en tiempos coloniales, será mejor que desaparezca su consumo para siempre, yo mismo lo sentencio.

Por eso yo decidí dejar de fumar. Yo que he sido, quiero decir, que fui un fumador empedernido. Yo fui de esos que no podían estar sin un chicote en la boca, llegué a fumar dos cajetillas diarias –aunque he escuchado que eso es poco en comparación con otros que sobrepasan esta cifra –es decir cuarenta cigarrillos, y a veces más, el fumador consumado sabrá que siempre existe un promedio pero por lo tanto varia según el día y las circunstancias, el estado emocional y el clima. En la decisión de fumar, en el caso de los fumadores consagrados al hábito, tantos cigarros en un día, está sujeto a muchas variables, que son diferentes para cada personaje.

Yo fui un fumador empedernido. Mi ropa apestaba, al igual que mi boca, pero no por eso faltó una chica a mi lado para besarme y probar el suave sabor del Camel rubio, la rudeza del Piel Roja –llamado por los universitarios peche –y los poderosos Ducados que me traía un amigo, periódicamente, desde España. No, nunca faltó una mujer que me quisiera, con mis dedos amarillentos...

Sí, yo era un fumador insufrible. Qué me hizo cambiar de decisión, por qué dejé de ser lo que era. Cuando uno lleva más de la mitad de la vida fumando y toma la decisión de dejar de hacerlo es como si se convirtiera en otra persona, no sé si buena o mala, no sé hasta que punto dejar de fumar puede haberme convertido en un hombre mejor; las toxinas que hay en mi cuerpo ya jamás saldrán de allí. A mis años los que quedan por contar son pocos, si ese hubiese sido el móvil de la decisión, la tuve que haber tomado a los treinta y no ahora. Fumar nunca me causó una molestia más allá de las normales, es decir, no tuve ningún problema hasta hace poco, y a decir verdad no fueron problemas de salud, me vi asediado por la sociedad que veía en mí un a ser atroz y monstruoso, a un singular criminal sin compasión que no dejaba crecer los magnos valores de la humanidad. Prohibido fumar era el letrero que veía cada vez más; la persecución se incrementaba con los día. Por dios! el criminal era yo, quien dañaba a la juventud con su mal ejemplo era yo, quien debía asumir la culpa de los males sociales y la supuesta degradación de la juventud. me dejé llevar por esa campaña de desprestigio, asediado decidí no volver a empuñar un cigarrillo.

En el fondo sabía que no lo podía dejar por mis propios medios, era indispensable buscar una solución, así que compre boquillas para bajar el nivel de nicotina, no funcionó. Compre cigarrillos más suaves para fumar con las boquillas, no funcionó. Compré revistas antitabaquismo y radiografías de fumadores crónicos, no funcionó. Visité salas de oncología y la liga de lucha contra el cáncer, conocí casos tristes y desconsoladores, no funcionó. Busqué terapia de grupo y psicóloga al tiempo, doble terapia, no funcionó. Fui donde un hipnotizador, sí. Funcionó.

miércoles, 29 de octubre de 2008

recuerdo.

La recuerdo con profunda nitidez. No, es falso. La recuerdo como cualquiera puede recordar un recuerdo de casi veinte años de antigüedad. La recuerdo como quiero recordarla, no como debería. La recuerdo con retoques de la memoria; con la sublimidad de los años. Siempre se subliman los recuerdos pensando que jamás se contrastarán con el presente.
Cuando la volví a ver me sentí acobardado, me avergonzaba recordar el tipo que fui, el joven necio que revelaba cierta estupidez. De repente fui recordando las ideas tontas, de cuento de hadas; del trillado vivirán felices por siempre jamás; en alguna casa de campo con un lago lleno de patos y un bosque de pinos, un arroyo y una chimenea. Era una vida egoísta y delirante, donde sólo cabíamos Lucía y yo, una relación basada en un sistema cerrado herméticamente, alimentado en forma exclusiva y excluyente por el amor que nos profesábamos. Pensaba que el amor nunca acabaría, que pasara lo que pasara siempre volveríamos a estar juntos, pero Lucía me demostró que no era verdad y que los cuentos, cuentos son.
Le contaba a Lucía con minucia como serían nuestros días, y Lucía me escuchaba describir la horrible burbuja asfixiante de amor, el circulo vicioso que le prometía, y me dejaba hablar y hablar; luego me pregunta cosas ¿porqué un bosquecito de pino si tenía la particularidad de secar la tierra a su alrededor?, y yo le contestaba que por la alfombra que formaba...

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Te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amote amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo…
Lo repetía como si fuera mi mantra, una y mil veces mi ohm personal hasta que empezaba a carecer de sentido, hasta que ya no era nada, mi amor se fusionaba con el universo pero no con el suyo, mi amor trataba de llenarlo todo y lo que terminaba era asfixiando el cariño que ella tenía.

martes, 21 de octubre de 2008

Reencuentro.

Colgó el auricular. Aquella había sido una conversación estúpida, de dos desconocidos que se conocieron una vez.

A modo de introducción. (un conato)



Cómo resumir el compendio de una vida, ahora que toda definición, que todo significado lo da wikipedia, ese ejercicio de información que terminará desplazando a la Enciclopedia Británica, al Laurosse, al Diccionario Sopena; una enciclopedia de trivialidades y en muchos casos de inexactitudes. Desde la biografía de George W Bush hasta la biografía (o hagiografía) de la pornostar Belladonna. Debo confesar que me llama más la atención la vida de Belladonna que la de W Bush. Me dice más la historia de la niña hija de pastor mormón que deviene a pornostar y luego termina contagiada de herpes (genital, por supuesto) y no la del texano, alcohólico rehabilitado, que ha emprendido una guerra justificada oficialmente por el miedo y soterradamente por el petróleo y el dinero.
¿Debo aclarar mi condición de anónimo? ¿por qué alguien querría escuchar mi voz y mi historia? Una voz normal, sin matices especiales; y una historia simple, gris, como la de la mayoría de la humanidad.
Mi historia no se hace valedera porque la cuente yo, o porque la cuente alguien más. Qué puede llegar a tener para que merezca ser escuchada. Acaso creo que puede llegar a interesar al anónimo personaje que esté detrás de este libro, y que pueda superar la primera página y que llegue a la última sin sentir que al final ha perdido su tiempo, que ha sido un fraude, que es una historia más del montón sin valía suficiente.
Si mi voz no contara mi historia, si fuera otra voz, de pronto mi historia sonaría diferente...
Sospecho que este es el momento en que tendría que hacer mi presentación, no sé, algo así como: “Me llamo Arthur Gordon Pyn. Fue mi padre un respetable comerciante de la marina de Nantucket…” o “Pues sepa vuestra merced, ante todas cosas, que a mí me llaman Lázaro Tormes, hijo de Tome Gonzáles y Antona Pérez…” o mejor “Mi padre, un pequeño burgués de condición modesta, tenía una pequeña hacienda en el distrito de Nottingham. De sus cinco hijos, yo era el tercero…”. Pero no, no tengo grandes aventuras que contar, tampoco puedo decir que llevo mucho tiempo acostándome temprano (aunque, en realidad, así sea).
Retomo. Soy un tipo común, uno del montón, me refiero a que jamás destaqué por nada, hijo normal, adolescente rebelde sin complicaciones (quiero decir que probé las drogas pero no fui drogadicto, bebí alcohol, pero no tengo cirrosis; tiré con putas pero no fui contagiado por alguna con ninguna venérea; tuve novia pero no quedo preñada, aunque en esto sí me distingo o corrí con suerte (o me corrí con suerte).
Curse una carrera profesional. Nada del otro mundo. Entré a trabajar y tuve jefe. Tuve un sueldo. Tuve un amor. Tuve dos viajes. Iba a cine dos veces por semana, martes y jueves. A tomar unos tragos, viernes o sábados. Los domingos: fútbol. Miércoles de sexo, con o sin novia; con o sin puta. Los lunes, comenzar.
Resumiendo: tengo un propósito, una idea fija, contar una historia tan anodina como la de cualquiera que cruza la calle, tan simple como ir a al tienda por una libra de café, algunos no la querrán escuchar, y estoy de acuerdo, es difícil sentarse a leer historias grises como la de uno. Y porqué lo hago preguntarán otros, no lo hago por ellos, ni por ser escuchado, lo hago por mí, le debo a mi vida gris y baladí el precioso homenaje de ser narrada en su más grande decadencia.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Carta número 7: La despedida (inconclusa)




Ya fue suficiente de esta vida sinsentido. Nos dedicamos a esperar el fin, entreteniéndonos con fruslerías: atiborrándonos de vida, dicen algunos; exprimiéndola al máximo, dicen otros; desafiándola, acaso replicaran los más osados; comprendiéndola, gritan los insensatos; preparándose para las otras, repiten los incautos. Y para qué, pregunto ahora: para tratar de convencernos que no la hemos desperdiciado, que fue un don, que valió la pena, que fue un milagro del azar estar aquí y vivir, vivir y perecer, y amar y dejar huellas y perdurar en la memoria del mundo.

Quién soy yo para quejarme, me ha ido bien. Qué nos queda, ahora que ya hemos probado el dolor, la pasión, la patética espera del final, el amor y la tristeza; la vanagloria en el triunfo y el orgullo terco en la derrota. Talvez es como dijo el predicador: todo es correr tras el viento, llevo sobre mi espalda una carga que ya no me interesa, recuerdos que me tienen sin cuidado, que no quiero recordar;

Me voy. Me cansé. Me aburrí. Me agoté. Sé que algunos me dirán (o mejor comentaran) que me faltó el calor africano y el frío glacial. Ya lo sé. Pero sentí la brisa del mar y conocí los hombres rudos de los puertos. Conocí el dolor de una muela, y la enfermedad. Conocí el amor y el sexo, dos cosas que nunca supe distinguir con claridad. Recorrí los anaqueles de esa biblioteca buscando el libro que no tiene principio ni fin, pero sólo encontré libros con hojas numeradas y finitas como la vida, y con interpretaciones tan vastas y disímiles como las que yo he intentado darle a mi existencia; el libro nunca apareció, fue la invención de un ciego célibe. Tomé vino y comí queso a la orilla del Sena a principios de una primavera para celebrar su llegada, junto a una mujer que jamás me negó su cuerpo ni su pensamiento, hace ya algunos años. Volví sin ella, nuestro tiempo había pasado, como ahora el mío está concluyendo, nos despedimos sin rencor, sin tragedias.

Conocí el fracaso y la victoria. Fui tras el rastro de una ilusión y tuve la sombra de la desgracia. Conseguí superar con relativo éxito la miseria del mundo mientras ampliaba mi burbuja de felicidad. Estallé en gritos e improperios ante la traición y recuperé la cordura cuando supe que la lealtad es también finita, fue el mismo día en que traicioné.

Claro que tuve metas y objetivos (algunos lo recordaran), hice empresa, tejí país (también carpetas en croché). La empresa no iba mal, no irá mal si no estoy ahí; no se despedirá a los empleados y habrá duelo empresarial.

jueves, 13 de marzo de 2008




No quería volver, pero en el fondo sabía que no quedaba otra alternativa. La ciudad no fue venturosa conmigo, me regaló trabas burocráticas y días lluviosos, la primera vez. Volví. Ahora estoy aquí. La burocracia me entreabrió las puertas, y los días son soleados. 30 días viajando con poca permanencia y en calidad de trabajo merma el ánimo y las carnes. Llegué con la fatiga de los días que han pasado sin calma, con viajes de 14 y 17 horas, con todas las rutinas trastocadas, ni una sola quedaba en pie. Llegué contando los días para la partida, mal comienzo para una llegada; llegué sin el amor que me esperaba; llegué con la columna dislocada. Llegué sin ganas de llegar, llegué para no estar. Llegué.
Como decía, mis rutinas estaban alteradas: el Boston Suave sustituyó al Mustang Azul, ese beso de tu boca ya no estaba (ya no estará); las charlas con amigos eran cosa del pasado, sólo se hablaba de los gajes del oficio, del día y sus problemas; la falta de lectura cada vez más evidente; y esa es una de la pérdidas más grandes: más de 30 días y apenas ojear un libro, leerlo sin leerlo, tenerlo de vecino.
Y fue aquí con el cansancio en la espalda, el desgano y la desazón que encontré de nuevo el rumbo, entré a una biblioteca: la sucursal de la Blaa. Es una biblioteca pequeña, tres pisos nada más y fría (como toda biblioteca). Busqué en sus estantes y encontré dos títulos, dos autores: El Canon Occidental de Harold Bloom y El Cristal de la Luna de Paul Auster.
Salí un poco más ligero, si hubiese podido hacer lo mismo en Pasto o en Florencia hubiese podido transformar los días pero fue Buenaventura quien me dio la buena ventura de seguir leyendo. Mañana podría salir a darle chitos a las gaviotas y tomarle fotos al mar como un turista más. Mañana podré salir sin la urgencia de contar los días para salir de esta ciudad.
B/ventura, febrero de 2008

viernes, 1 de febrero de 2008



"Lo imitamos todo. Fueron años de triste copia; tratando de replicar sueños ajenos, ilusiones robadas, que pretendíamos propias. No pudimos la utopía, no la construimos, la vivimos en su peor versión. La mística nos llegó como espiritualidad barata y sin sentido. La cultura no era nada más que basura. Y la revolución… la revolución no era más que un panfleto sucio y desgastado, que lo acabamos de arrugar. Nos quedaba el amor; un amor angustiado, desesperado, que buscábamos para aferrarnos en el naufragio en que vivíamos. No perdimos nada; nada era nuestro, sólo la visceral certeza de nuestra, e infinita, temporalidad. Esa certeza nos obligaba a vivir siempre en el instante, un instante perpetuo.
Yo estuve ahí. La eternidad era tan corta que duraba lo que dura una canción; lo que dura un cigarrillo; lo que dura una noche entre tus piernas; un brindis, una cerveza y dos copas de ron. Yo estuve ahí. Derrotado ante la realidad que nos consumía, ante el filo de la espada. Yo estuve ahí. El día del final."
Buenaventura, 2008

viernes, 4 de enero de 2008

Tiempos.

Esta navidad que pasó estuvo marcada por varios detalles dignos de mencionarse, el 24 a diferencia de los otros años, en este pueblo que se ubica al fin de la sabana de Bogotá, lloviznó; un conato de aguacero apareció en el cielo, todo presagiaba un diluvio navideño, pero no, al fin no. Y de los regalos (innumerables) que recibí, entre los que destaco particularmente el de Jimena, siempre sorprendente, a veces inoportuna. Su regalo fue una frase, contundente, simple, desconcertante.


Jimena me pidió un tiempo, dijo que necesitaba hacer un alto en el camino (¿la columna del padre Llano?); tiempo para pensar (“todo tiempo por pasado fue peor”).


La historia se repite, el tiempo parece circular, ya una vez me pidió un tiempo fuera, pero ya soy muy viejo para saber qué significa (40 años no son poco tiempo) y a los veintitantos de Jimena los tiempos fuera son una buena forma de terminar una relación.


Jimena talvez no sabe, pero al pedirme tiempo ha tomado ya una decisión y realmente el tiempo es para mí; un tiempo indeterminado, tiempo sin medida (¿19 días y 500 noches?) para hacerme a la idea que ya se fue, que la angustia en el corazón pasará, que la nostalgia se convertirá en recuerdo (lo sé, varias veces ha pasado).


Recomendaciones he tenido a granel para estos días que han pasado, comentarios estupidos, otros malintencionados. En general lo que sucede cuando todo ha terminado y se hace pública la noticia. Algunos amigos se han preocupado (he manifestado haber cambiado un poco mis rutinas), otros se han compadecido, talvez haya uno que se alegró, y otro que se encuentra inmensamente triste, o talvez no.


Y qué queda de todo…


Ahora, repaso algunos recuerdos de colección.




Facatativa, enero de 2008