miércoles, 29 de octubre de 2008

recuerdo.

La recuerdo con profunda nitidez. No, es falso. La recuerdo como cualquiera puede recordar un recuerdo de casi veinte años de antigüedad. La recuerdo como quiero recordarla, no como debería. La recuerdo con retoques de la memoria; con la sublimidad de los años. Siempre se subliman los recuerdos pensando que jamás se contrastarán con el presente.
Cuando la volví a ver me sentí acobardado, me avergonzaba recordar el tipo que fui, el joven necio que revelaba cierta estupidez. De repente fui recordando las ideas tontas, de cuento de hadas; del trillado vivirán felices por siempre jamás; en alguna casa de campo con un lago lleno de patos y un bosque de pinos, un arroyo y una chimenea. Era una vida egoísta y delirante, donde sólo cabíamos Lucía y yo, una relación basada en un sistema cerrado herméticamente, alimentado en forma exclusiva y excluyente por el amor que nos profesábamos. Pensaba que el amor nunca acabaría, que pasara lo que pasara siempre volveríamos a estar juntos, pero Lucía me demostró que no era verdad y que los cuentos, cuentos son.
Le contaba a Lucía con minucia como serían nuestros días, y Lucía me escuchaba describir la horrible burbuja asfixiante de amor, el circulo vicioso que le prometía, y me dejaba hablar y hablar; luego me pregunta cosas ¿porqué un bosquecito de pino si tenía la particularidad de secar la tierra a su alrededor?, y yo le contestaba que por la alfombra que formaba...

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Te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amote amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo…
Lo repetía como si fuera mi mantra, una y mil veces mi ohm personal hasta que empezaba a carecer de sentido, hasta que ya no era nada, mi amor se fusionaba con el universo pero no con el suyo, mi amor trataba de llenarlo todo y lo que terminaba era asfixiando el cariño que ella tenía.

martes, 21 de octubre de 2008

Reencuentro.

Colgó el auricular. Aquella había sido una conversación estúpida, de dos desconocidos que se conocieron una vez.

A modo de introducción. (un conato)



Cómo resumir el compendio de una vida, ahora que toda definición, que todo significado lo da wikipedia, ese ejercicio de información que terminará desplazando a la Enciclopedia Británica, al Laurosse, al Diccionario Sopena; una enciclopedia de trivialidades y en muchos casos de inexactitudes. Desde la biografía de George W Bush hasta la biografía (o hagiografía) de la pornostar Belladonna. Debo confesar que me llama más la atención la vida de Belladonna que la de W Bush. Me dice más la historia de la niña hija de pastor mormón que deviene a pornostar y luego termina contagiada de herpes (genital, por supuesto) y no la del texano, alcohólico rehabilitado, que ha emprendido una guerra justificada oficialmente por el miedo y soterradamente por el petróleo y el dinero.
¿Debo aclarar mi condición de anónimo? ¿por qué alguien querría escuchar mi voz y mi historia? Una voz normal, sin matices especiales; y una historia simple, gris, como la de la mayoría de la humanidad.
Mi historia no se hace valedera porque la cuente yo, o porque la cuente alguien más. Qué puede llegar a tener para que merezca ser escuchada. Acaso creo que puede llegar a interesar al anónimo personaje que esté detrás de este libro, y que pueda superar la primera página y que llegue a la última sin sentir que al final ha perdido su tiempo, que ha sido un fraude, que es una historia más del montón sin valía suficiente.
Si mi voz no contara mi historia, si fuera otra voz, de pronto mi historia sonaría diferente...
Sospecho que este es el momento en que tendría que hacer mi presentación, no sé, algo así como: “Me llamo Arthur Gordon Pyn. Fue mi padre un respetable comerciante de la marina de Nantucket…” o “Pues sepa vuestra merced, ante todas cosas, que a mí me llaman Lázaro Tormes, hijo de Tome Gonzáles y Antona Pérez…” o mejor “Mi padre, un pequeño burgués de condición modesta, tenía una pequeña hacienda en el distrito de Nottingham. De sus cinco hijos, yo era el tercero…”. Pero no, no tengo grandes aventuras que contar, tampoco puedo decir que llevo mucho tiempo acostándome temprano (aunque, en realidad, así sea).
Retomo. Soy un tipo común, uno del montón, me refiero a que jamás destaqué por nada, hijo normal, adolescente rebelde sin complicaciones (quiero decir que probé las drogas pero no fui drogadicto, bebí alcohol, pero no tengo cirrosis; tiré con putas pero no fui contagiado por alguna con ninguna venérea; tuve novia pero no quedo preñada, aunque en esto sí me distingo o corrí con suerte (o me corrí con suerte).
Curse una carrera profesional. Nada del otro mundo. Entré a trabajar y tuve jefe. Tuve un sueldo. Tuve un amor. Tuve dos viajes. Iba a cine dos veces por semana, martes y jueves. A tomar unos tragos, viernes o sábados. Los domingos: fútbol. Miércoles de sexo, con o sin novia; con o sin puta. Los lunes, comenzar.
Resumiendo: tengo un propósito, una idea fija, contar una historia tan anodina como la de cualquiera que cruza la calle, tan simple como ir a al tienda por una libra de café, algunos no la querrán escuchar, y estoy de acuerdo, es difícil sentarse a leer historias grises como la de uno. Y porqué lo hago preguntarán otros, no lo hago por ellos, ni por ser escuchado, lo hago por mí, le debo a mi vida gris y baladí el precioso homenaje de ser narrada en su más grande decadencia.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Carta número 7: La despedida (inconclusa)




Ya fue suficiente de esta vida sinsentido. Nos dedicamos a esperar el fin, entreteniéndonos con fruslerías: atiborrándonos de vida, dicen algunos; exprimiéndola al máximo, dicen otros; desafiándola, acaso replicaran los más osados; comprendiéndola, gritan los insensatos; preparándose para las otras, repiten los incautos. Y para qué, pregunto ahora: para tratar de convencernos que no la hemos desperdiciado, que fue un don, que valió la pena, que fue un milagro del azar estar aquí y vivir, vivir y perecer, y amar y dejar huellas y perdurar en la memoria del mundo.

Quién soy yo para quejarme, me ha ido bien. Qué nos queda, ahora que ya hemos probado el dolor, la pasión, la patética espera del final, el amor y la tristeza; la vanagloria en el triunfo y el orgullo terco en la derrota. Talvez es como dijo el predicador: todo es correr tras el viento, llevo sobre mi espalda una carga que ya no me interesa, recuerdos que me tienen sin cuidado, que no quiero recordar;

Me voy. Me cansé. Me aburrí. Me agoté. Sé que algunos me dirán (o mejor comentaran) que me faltó el calor africano y el frío glacial. Ya lo sé. Pero sentí la brisa del mar y conocí los hombres rudos de los puertos. Conocí el dolor de una muela, y la enfermedad. Conocí el amor y el sexo, dos cosas que nunca supe distinguir con claridad. Recorrí los anaqueles de esa biblioteca buscando el libro que no tiene principio ni fin, pero sólo encontré libros con hojas numeradas y finitas como la vida, y con interpretaciones tan vastas y disímiles como las que yo he intentado darle a mi existencia; el libro nunca apareció, fue la invención de un ciego célibe. Tomé vino y comí queso a la orilla del Sena a principios de una primavera para celebrar su llegada, junto a una mujer que jamás me negó su cuerpo ni su pensamiento, hace ya algunos años. Volví sin ella, nuestro tiempo había pasado, como ahora el mío está concluyendo, nos despedimos sin rencor, sin tragedias.

Conocí el fracaso y la victoria. Fui tras el rastro de una ilusión y tuve la sombra de la desgracia. Conseguí superar con relativo éxito la miseria del mundo mientras ampliaba mi burbuja de felicidad. Estallé en gritos e improperios ante la traición y recuperé la cordura cuando supe que la lealtad es también finita, fue el mismo día en que traicioné.

Claro que tuve metas y objetivos (algunos lo recordaran), hice empresa, tejí país (también carpetas en croché). La empresa no iba mal, no irá mal si no estoy ahí; no se despedirá a los empleados y habrá duelo empresarial.